The Wish es una banda de música formada por cuatro extremeños talentosos que nos han dado carta blanca para poner imágenes a sus temas. Acabamos de lanzar el primero, My Simple Wish.
Hemos jugado con dos protagonistas, el individuo y el lugar. Alteramos sus universos, desmontamos sus identidades, las llevamos a lo artificioso, ridículo quizás para algunos temerosos de enfrentarse a la brutal honestidad de un contenido tan alejado de lo correcto.
El lugar, sobre todo cuando es anónimo, habla de quien lo mira. Seguramente por no tener dueño, uno se atreve a susurrarle algún secreto inconfesable, como hizo el Sr Chow en la hendidura de las ruinas de Angkor en In the mood for love. ¿Quién deja de ser anónimo? ¿El lugar por haber sido reconocido o el Sr Chow por desarmarse ante él y encontrarse un poco a sí mismo?
Nuestr@ protagonist@ vive dos realidades, una en la que se retuerce de dolor y deja que la vida le pase por encima, y otra en que toma partido contra viento y marea, nunca mejor dicho, y emprende el viaje por la línea invisible que une ese binomio encorsetado que hemos inventado, el hombre XY y la mujer XX. Su alma ha decidido dejar de esperar la redención en el limbo para buscar una identidad sin catalogar, en algún punto del “contínuo”.
Alterar el lugar como proyección de uno mismo y tener la valentía de mirarse en él, reconocer la anomalía y situarse en ella ante una sociedad que rechaza con espanto lo diferente, que define con desdén la excentricidad de los valientes que se dermarcan.
Él/Ella hace visible la línea al arrastrar sobre la arena una liana de trapo rojo. Modifica el territorio para reinterpretarlo según su sensibilidad, altera un entorno que de tan familiar, ha perdido nuestra atención, y de pronto nos encontramos frente a un cruce entre escultura y paisaje que dispara nuestras alarmas, o más bien nuestras almas.
El Land Art puede resultar armonioso o lacerante, como un bigote en rostro de mujer.
Hemos jugado con dos protagonistas, el individuo y el lugar. Alteramos sus universos, desmontamos sus identidades, las llevamos a lo artificioso, ridículo quizás para algunos temerosos de enfrentarse a la brutal honestidad de un contenido tan alejado de lo correcto.
El lugar, sobre todo cuando es anónimo, habla de quien lo mira. Seguramente por no tener dueño, uno se atreve a susurrarle algún secreto inconfesable, como hizo el Sr Chow en la hendidura de las ruinas de Angkor en In the mood for love. ¿Quién deja de ser anónimo? ¿El lugar por haber sido reconocido o el Sr Chow por desarmarse ante él y encontrarse un poco a sí mismo?
Nuestr@ protagonist@ vive dos realidades, una en la que se retuerce de dolor y deja que la vida le pase por encima, y otra en que toma partido contra viento y marea, nunca mejor dicho, y emprende el viaje por la línea invisible que une ese binomio encorsetado que hemos inventado, el hombre XY y la mujer XX. Su alma ha decidido dejar de esperar la redención en el limbo para buscar una identidad sin catalogar, en algún punto del “contínuo”.
Alterar el lugar como proyección de uno mismo y tener la valentía de mirarse en él, reconocer la anomalía y situarse en ella ante una sociedad que rechaza con espanto lo diferente, que define con desdén la excentricidad de los valientes que se dermarcan.
Él/Ella hace visible la línea al arrastrar sobre la arena una liana de trapo rojo. Modifica el territorio para reinterpretarlo según su sensibilidad, altera un entorno que de tan familiar, ha perdido nuestra atención, y de pronto nos encontramos frente a un cruce entre escultura y paisaje que dispara nuestras alarmas, o más bien nuestras almas.
El Land Art puede resultar armonioso o lacerante, como un bigote en rostro de mujer.
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