MUJERES QUE CORREN CON ANDROIDES, por Carlota Sayos desde Alharaca


Envoltorios en celofán, pasar por la vida sin mancharme de barro, disfraces de androides que lloran a escondidas y evasiones al 2046 para buscar en el baúl de los recuerdos y no avanzar. Quiero avanzar.
Yo he estado en el 2046, flotando en el limbo, y he vuelto, como el japonés. Compré el billete hace unos días, minutos después de grabar a una actriz que me cogió de los pies y me puso del revés. ¿Cómo? Entrando en su mundo por el visor. La grabé unos minutos solamente. Primer plano. Sin foto. Sin montaje. Sin decorados. Sólo su cara. Podía viajar por cada una de sus facciones, entrar en su mirada, entender su silencio o provocarme con su misterio. Ahí dentro pasaban cosas, unas bonitas, otras seguramente no tanto, pero lo más fascinante es que Mabel las regala, y esa valentía me mata. Es una mujer sin prótesis, se enfrenta al presente sin evasión ni maquillaje, lo agarra con una fuerza animal y avanza, propone y se mueve; y todo sin perder la consciencia de su propia vulnerabilidad y fragilidad. Mil veces me he preguntado ya porqué no está en las pantallas de cine, sobre todo cuando salgo de una sesión matada del aburrimiento por haber sufrido a alguna niñita mona de menos de 30 que no me cuenta nada. No creo ser la única que piensa que una mujer de 40 es inmensamente más interesante que una de 20, y sí, también es inmensamente más guapa. Libre es quien se quede con la Kate de Titanic, yo todavía no he superado el momento cocina de Revolutionary Road.
Pero si de anestesia va el juego, tiraremos de músicas que embelesen, luces que escondan la arruga y decorados que embriaguen la vista, y ya con los ojos velados nos cruzaremos los unos con los otros sin vernos ni oírnos, y por supuesto ni menciono otros sentidos como el olfato, el gusto y el tacto del que huyen despavoridos los ciborgs melancólicos que sólo tienen lágrimas para recordar sus ilusiones perdidas cuando eran algo más parecido al animal y menos a la máquina.



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